Diez títulos de este 2012 que me han entusiasmado:
1. "People Who Eat Darkness", de Richard Lloyd Parry. Un electrizante "true crime" en torno a la desaparición y posterior asesinato de una joven ex azafata de British Airways en Tokio en el año 2000.
2. "Pensar el siglo XX", de Tony Judt. Una panorámica interpretación del siglo pasado que supone, a su vez, un razonado llamamiento a recuperar los principios democráticos y la igualdad social.
3. "La liebre con ojos de ámbar", de Edmund de Waal. El coleccionismo como puente para hablar de tragedias familiares, de convulsiones históricas y del alma de las ciudades.
4. "Yoga para los que pasan del yoga", de Geoff Dyer. Una forma adictiva de hacer literatura de viajes donde cabe el apunte erudito, el análisis psicológico y las rachas de ficción.
5. "Miami Blues", de Charles Willeford. Una excéntrica novela negra de los 80 con el detective menos heroico y el psicópata más chiflado que uno pueda imaginarse.
6. "El ángel esmeralda", de Don DeLillo. Los cuentos del maestro, pura sugerencia, cajas negras, concisión formal al servicio de la máxima amplificación de sentido, el otro como misterio indescifrable.
7. "Un forastero en Lolitalandia", de Gregor von Rezzori. Una recreación del viaje de Humbert Humbert y su nínfula para enfrentar una América mítica con sus despojos.
8. "Los que sueñan el sueño dorado", de Joan Didion. La inteligencia y la poesía estratosféricas de la reportera que rompió las costuras de la crónica.
9. "Muerte en verano", de Benjamin Black. La sublime prosa de Banville puesta al servicio de la descripción de personajes que se acoplan a tramas de una ligereza encantadora.
10. "Cuerpo a cuerpo", de Domènec Font. El cine contemporáneo analizado en función del tratamiento del cuerpo humano.
Bonus tracks: "Victus" de Albert Sánchez Piñol, "Más afuera" de Jonathan Franzen, "Mátalos suavemente" de George V. Higgins, "Frutos extraños" de Leila Guerriero y "This Is Not the End of the Book" de Umberto Eco y Jean-Claude Carrière.
31 diciembre, 2012
Publicado por Lozzy en 19:31 |
03 septiembre, 2012
Versión íntegra del artículo sobre la correspondencia de Kerouac, Ginsberg y Hunter S. Thmposon publicado este agosto en el suplemento "Cultura/s".
BEATNIKS Y GONZOS
Bilis justiciera
Desesperado y violento
La vida de este animal salvaje que hizo de su máquina de escribir una trinchera,
que fue vigilante nocturno en una sauna, que vendió su sangre para echarse algo
a la boca, que se ofreció a Lyndon B. Johnson como gobernador de Samoa
oriental, que mantuvo una correspondencia sustentada en la admiración mutua con
Jimmy Carter, que profetizó la llegada de Reagan a la Casa Blanca, que a un
lector de 14 años animaba a “ser un rebelde a tu manera” y a una lectora de 91
le recriminaba haber votado a “ese chorizo cabrón” de Nixon, tuvo puntos de
convergencia con los beatniks, sobre los que aseguraba impartir conferencias. A
Allen Ginsberg le escribe solicitándole permiso para incluir su poema “To the Angels” en Los Ángeles del
Infierno, advirtiéndole que “estoy a dos
velas y desesperado, lo cual significa que no podré pagarte un duro”. Al agente
Rod Sterling, artífice de que Viking Press publicara En el camino, le comunica su disconformidad con su decisión de no
representarlo como sólo él sabía hacerlo: “Cuando le ponga los ojos encima,
pienso aplastarle la cara y esparcir sus dientes por la Quinta Avenida”.
Flores mutuas, gemidos privados
Las cartas entre Jack Kerouac y Allen Ginsberg, por lo general plomizas y
serpenteantes, que con frecuencia dan la impresión de haber sido redactadas de
manera apresurada y bajo el efecto del mismo tipo de sustancias que pirraban a
Hunter, misivas que fluctúan entre la pretenciosidad, el cripticismo, el
lamento y el arrebato místico, rinden a su vez testimonio de dos almas casi
gemelas, de una amistad rayana en la dependencia, de una alianza creativa entre
pares de la palabra revelada, en definitiva, de uno de los cordones umbilicales
más resistentes y sui generis que
seguramente ha dado la Historia de la Literatura.
Publicado por Lozzy en 19:22 |
18 abril, 2012
¡¡¡PENTA ATTACKS!!!
El 23 de abril The Omist & Lozano Team firmará ejemplares en la FNAC L´Illa entre las 16 y las 17 horas y en la caseta del sello Edebé en las Ramblas (bajando a mano izquierda, frente al Poliorama) entre las 17:30 y las 18:30. Lo mejor de todo es que a las primeras 50.000 personas que compren un ejemplar se les entregará un bono por el que los autores se comprometen a montarles gratuitamente el próximo mueble zapatero adquirido en Ikea (hasta el año 2035 y excluidos festivos y noches en que el Barça juegue finales). Ojalá podáis acercaros. Besos y abrazos!
De los creadores de Orson y el bosque de las sombras y El cuerno y el centro de la luna llega otra mini producción de impacto: El 5º caso del mítico detective Penta/ El 5è cas del mític detectiu Penta (Edebé). Un sabueso cuya vida ha estado marcada por el número 5 se enfrenta al mayor desafío de su carrera con una desaparición paranormal. Y si el texto de Antonio Lozano tira para normal, las ilustraciones de Alex Omist son una preciosidad. La prueba la tenéis en su web, aquí: http://alexomist.com/Penta.The Omist & Lozano Team
Publicado por Lozzy en 12:08 |
14 noviembre, 2011
1Q84. Libro 3. Haruki Murakami.
En tiempos de acelerado consumo cultural, la prerrogativa de dividir una única obra en varias partes parece sólo al alcance de creadores con un sólido fenómeno fan a sus espaldas. Quien pasó dos veces por taquilla para averiguar si la Novia cumplía su venganza contra Bill o para asegurarse que el último acto cinematográfico de Harry Potter había sido respetuoso con su fuente original, no seguía tanto a una historia como a un líder. Al solicitar a sus lectores ese acto de fe que suponía aguardar en vilo unos meses a la espera de una incierta salida a un laberinto de diseño intrincado, Haruki Murakami tomaba plena conciencia de sus status de estrella global y, a la vez, como desafiándolo, secuenciaba una obra arriesgada y críptica que podía dejar por el camino a muchos devotos. Puesto que los tres libros que componen 1Q84 giran en torno a una secta, Vanguardia, cuyo cabecilla es asesinado, resulta tentador afirmar que, a través de ellos, Murakami ha actuado también a la manera de un iluminado que exige a sus fieles que venzan su incredulidad y acepten su palabra revelada. Al ser principalmente conocido por la excepción realista de su carrera, el drama romántico Tokio Blues. Norwegian Wood, y dada su gracia para captar el fluir de las tareas mundanas de sus personajes, puede olvidarse que el escritor japonés demanda del lector que entre en sus universos con idéntica pureza que, pongamos, J.R.R Tolkien en los suyos. 1Q84 se limitaba a subir de golpe varios peldaños el nivel de exigencia y confianza del pacto. Y lo hacía con la aventura paranormal de Aomame y Tengo, compañeros fugaces de colegio que a los diez años conectaban platónicamente al darse la mano, y que dos décadas después se encontraban sin explicación en un mundo alternativo a 1984 con dos lunas flotando en el cielo. El asombro se prolongaba al descubrirse agentes decisivos en una atávica lucha entre el bien y el mal, que los propulsaba a buscarse a ciegas entre una confabulación de fenómenos extraños.
Su perplejidad era espejo de la nuestra y los interrogantes se agolpaban al final de 1Q84. Libros 1 y 2, pero la corriente que nos había arrastrado hasta ahí – una mezcla de misterio, atmósferas perturbadoras, golpes de efecto, personajes estrafalarios, tersa cotidianidad, toques humorísticos…- era demasiado fuerte para detenerse a pensar mucho. Ahora bien, disfrutar del libro 3 dependerá de las expectativas que haya incubado el lector (y de cuan intacta quedara su fe) en este paréntesis reflexivo. Quien confiara en una resolución cartesiana para una novela donde hay unos seres diminutos (la Little People) que salen de la boca de una cabra y tejen una crisálida de aire, y donde una chica se muere de amor y daría su vida por alguien al que de niña apenas rozó los dedos, saldrá magullado, aunque siempre le quedarán momentos para la emoción (el pueblo de los gatos con su trío de enfermeras) o la risa (las visitas del cobrador de la NHK). El que se abandone al sueño obtendrá la recompensa de ver cómo desde la torre de control de la fantasía se contaba con un plan de vuelo (a la manera en que lo exigía Gianni Rodari en los cuentos infantiles).
Dividida en capítulos que van alternando las peripecias de Aomame (que representa la claustrofobia del encierro físico, por cuanto permanece en un piso franco huyendo de la secta, pero también mental al no salir de su bucle de obsesiones), Tengo (que supone, en cambio, el desplazamiento tanto geográfico, por medio de sus visitas a su padre enfermo, como íntimo, al buscar de aquél respuestas a su identidad) y Ushikawa (el detective contratado por Vanguardia para dar con el paradero de la primera), la novela, de ritmo pausado y tono introspectivo, abunda en preguntas retóricas acerca del sentido de la vida, que en ocasiones se perciben como dudas del propio autor sobre su relato en marcha. Al igual que cualquier obra de ficción sugerente y atrevida, existen muchas formas diferentes de interpretarla, y quizás aquí reside su grandeza. Entre ellas, como una pieza metafísica compuesta para tres personajes que, confusos y perdidos, se cuestionan por hacia dónde van, en qué creer y cuánto pueden fiarse de los sentidos. El trío coincide en que vivir es habitar un lugar desconcertante, abstracto y de fronteras difusas en el que hay que armarse de esperanza de cara a superar pruebas. Una definición modélica de lo que supone avanzar por 1Q84. Libro 3. Antonio Lozano (Publicado en "Cultura/s" de La Vanguardia)
Publicado por Lozzy en 20:36 |
09 noviembre, 2011
Sobre "El rey pálido" de David Foster Wallace
Como cualquier genio, David Foster Wallace (DFW) era dueño de una personalidad que, de tan compleja y abarcadora, emitía señales contradictorias, no siempre descifrables. Al tiempo que el mundo quedaba asombrado ante su inteligencia omnisciente y sus infinitos recursos retóricos, hasta encumbrarlo como el paladín del segundo advenimiento del posmodernismo, él se declaraba un escritor tradicionalista y conservador, lamentando la caída de gran parte de la literatura americana de su tiempo en la trampa de la ironía y el cinismo. Su formación en el terreno de la filosofía, con una especial querencia por la lógica y las matemáticas, imbuía su ficción de unos marcados niveles de abstracción y hermetismo, pero él aseguraba que su interés primordial yacía en el carácter y la vida interior de sus personajes. Como cualquier superdotado, su don tenía una cara luminosa, en cuanto suponía un regalo para toda mente que, amiga de los desafíos, estuviera dispuesta a abrirse camino a machetazos por una jungla gramatical llena de tesoros semánticos, y un reverso negativo, el de la facilidad con que uno podía perderse por el camino e incurrir en manipulaciones (por ejemplo, esa conversión de su discurso del Kenyon College en un librito de recetas new age titulado This is Water) o malentendidos (por ejemplo, su coronación como mago del artificio cool) para disimularlo. La decisión de publicar El rey pálido, novela que no sólo dejó incompleta sino deslavazada en fragmentos inconexos y carentes de una hoja clara de ruta, puede verse como la coda a esa incógnita que supuso siempre la distancia entre las intenciones del autor (que confesaba que sólo publicaba uno de cada tres o cuatro trabajos que empezaba y que criticaba duramente la mercantilización de la cultura) y la interpretación de su voluntad. ¿Qué DFW no destruyera tan caótico manuscrito fue una prueba de su deseo de que viera la luz a título póstumo o un documento de capitulación que situaba un fracaso profesional entre los factores que lo condujeron a suicidarse? Ante la duda, ¿debería imponerse el misterioso silencio del muerto o el deseo de ruido del vivo?
Esta ambivalencia se traslada por completo al crítico. Pese a que se intuyen los ingentes esfuerzos del editor Michael Pietsch por unir el amorfo puzzle de cara a tener “la oportunidad de echar un vistazo más a esa mente extraordinaria”, uno duda que semejante provisionalidad hubiese superado el corte de mínimos del autor y, a la luz de la obra en cuyo espejo de ambición y superación debía mirarse, La broma infinita, queda reducida a un borrador cargado de potencialidad al que los grandes destellos no evitan la falta de calcificación del conjunto. Al mismo tiempo, leyéndola se asiste el impagable eclipse resultante de que un tema esencial de DFW, el estudio de individuos prisioneros de sus límites mentales y físicos, coincida con la desestabilización extrema en la propia vida de su creador, que batalla contra sí mismo por sacar adelante un proyecto que quizás albergara en su núcleo un mecanismo de autodestrucción: la imposibilidad de novelizar el aburrimiento letal. El rey pálido pues como novela a su vez antropófaga con su autor y quimérica con su asunto, un doble fenómeno demasiado excepcional para que hubiese quedado restringido a los ojos de los investigadores que se acercaran al Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, donde quedará depositado su legado, o circular sólo por medio de fotocopias clandestinas entre howling fantods (así se autoproclaman los fans más irredentos del escritor). Por otra parte, esto no significa que la mezcla de entrenamiento y adoración de ambos grupos no los convierta en los sherpas más facultados para coronar la cima.
Colocar o no la partitura
En la novela se produce la paradoja que su tronco central, que sigue la cotidianeidad de unos inspectores de Hacienda, deviene con frecuencia irritante, inextricable y, claro está, soporífero, tanto por la naturaleza de su asunto (el tedio que deben combatir), como por su falta de vertebración. Por el contrario, hay apartes sublimes como cuando DFW desmonta las mentiras comunes de la humanidad (el amor preprogramado de los padres vinculado al amor incondicional de Dios, el narcisismo visto a través de los horóscopos..), retrata a tipos detestables, enfermizos o colocados (el contorsionista, el bromista escatológico, la orgía anfetamínica..), observa tras lentes tridimensionales un espacio(el atasco de tráfico y la estructura de la sede de la agencia) o interpreta nuestro día a día bajo el prisma de lenguajes especializados (la familia como empresa con ánimo de lucro). Y, por supuesto, se apuntala el motor último de la ficción fosterwalleciana; interrogarse sobre los límites del lenguaje a la hora de traducir nuestros pensamientos, o cómo deshacer los nudos de símbolos para ir al sentido verdadero.
En su soberbio ensayo “Entrevistas breves con hombres repulsivos: los obsequios difíciles de David Foster Wallace”, contenido en Cambiar de idea (Salamandra), Zadie Smith señala: “No se puede leerlo y comprenderlo y disfrutarlo a semejante velocidad, del mismo modo que yo no puedo cogerle el tranquillo a las Variaciones Goldberg en un fin de semana. Su lector debe verse a sí mismo como un músico que coloca la partitura –el obsequio de la obra- en el atril, que decide tocar (…) Por supuesto, los argumentos que podrían emplearse con respecto a esta clase de lectura son poco razonables, del todo experimentales e imposibles de defender objetivamente. Al final, sólo puede decirse que su propia defensa es el obsequio difícil, y su profundo y gratificante placer es algo que sólo puede conocerse experimentándolo”. Touché.
El rey pálido, en cuanto obra inacabada y ambigua, amplifica el reto, sube las apuestas, dispensa frustraciones extra. Pero, una vez más, el camino puede ser arduo, pero la recompensa es generosa, aunque haya que pasar por encima del autor para recoger una ofrenda que nunca fue tal. Antonio Lozano
Publicado en el número de noviembre de la revista "Qué Leer"
Publicado por Lozzy en 11:10 |
01 octubre, 2011
1. En Ithaca se encuentra el mejor hospital para caballos de Estados Unidos, el cual facilita habitaciones de primera categoría a sus dueños dentro de las mismas instalaciones. La ciudad se siente también orgullosa del biotecnólogo que cultivó una variedad transgénica de tomate muy popular, conocida como "Frankenstein Tomato" y del profesor de 34 años que encontró la manera de que se pudieran enviar fotos desde Marte a la Tierra. No lo está tanto de haber tenido el récord de suicidios en un solo curso académico. En 2010 siete jóvenes se lanzaron al vacío desde uno de los dos puentes que flanquean la Universidad de Cornell. Por ello se han levantado vallas de hierro. A través de una de ellas se divisa el terreno donde se hallaba el laboratorio de Carl Sagan.
2. Escuchar el fluir del agua dentro de un árbol, comunicarse con los cuervos, un aparato que capta la emoción que embarga a un individuo que posee un miembro fantasma , un diccionario implantado en la yema de los dedos que al pasar estos por la página de un libro permite la traducción simultánea de las palabras y un cubo Rubik para ciegos son algunos de los shocks de la exposición "Talk to Me" del MOMA.
Publicado por Lozzy en 04:38 |
27 septiembre, 2011
Robots
Cruzaba la 8º Avenida, camino del segundo tramo de la High Line, cuando captó mi atención un gigantesco brazo mecánico dentro de una pecera completamente blanca. Pensé que se trataba de un reclamo de una empresa de tecnología, pero al levantar la vista descubrí que me hallaba frente a un hotel, llamado Yotel. Entré por curiosidad y lo que me encontré fue un hall aséptico con tres ascensores de acero inoxidable, carteles luminosos electrónicos dando la bienvenida y seis máquinas de pantalla táctil, como las que despliegan las compañías aéreas en los aeropuertos. Una pareja realizaba el check out en una de ellas en ese preciso momento. Acto seguido, se dirigió con sus maletas junto a la cristalera, detrás de la cual dormitaba el inmenso robot, tecleó algo en un ordenador, se abrió una trampilla, depositó su equipaje en una bandeja, se cerró la trampilla. La criatura, que uno situaría en una cadena de montaje de coches, despertó, agarró la bandeja con sus pezuñas negras de fibra de carbono y la depositó dentro de uno de los nichos libres que colgaban a unos tres metros del suelo en la colmena metálica y acorazada que custodiaba. Regresó a su posición de loto y a sus sueños eléctricos.
Cuando algunas horas después y por segunda vez en ese mismo día, una camarera me traía la cuenta antes siquiera de haber podido pedir algo de postre, pensé que no debía haber tanta diferencia respecto a esos restaurantes de Tokio que ya disponen de robots para servir a los clientes. Y cuando al día siguiente, un encadenamiento de errores humanos me hicieron perder mucho tiempo en mi trayecto de Nueva York a Ithaca consideré que la robotización del Sistema se estaba haciendo esperar demasiado. Pero al llegar a una Ithaca que empezaba a oscurecer, a una estación alejada del centro, sintiéndome desorientado e impotente, y venir a mi rescate un chaval con aire de Príncipe de Bel Air para llamarme desde su móvil a un taxi y darme una palmadita en la espalda antes de introducirme en el vehículo, decidí que jamás iría al Yotel y que la próxima vez dejaría un dólar extra de propina a las camareras con carreras en las medias.
Publicado por Lozzy en 14:10 |