No creo en absoluto en aquello de que cualquier pasado fue mejor pero, ansioso como soy, sí que me pregunto cómo debía ser tratar con el tiempo de una manera más reposada, en el que la paciencia no fuera una imposición sino el elemento regulador. Sigue desconcertándome desayunar en un país y almorzar en otro, despertarme en un continente y volver a despertarme en otro. ¿Qué experimentaría uno al viajar en barco durante días o semanas hasta alcanzar el destino buscado porque no había otra? En un avión no existe la idea de desplazamiento, sólo de trasplantación.
Estamos más conectados que nunca a las evoluciones del prójimo con los email, sms, blogs, Facebook... ¿pero quién se toma la molestia de escribir cartas que permitan detenerse en la descripción minuciosa de un estado de ánimo, hacer comunicable la confusión de los sentimientos, desahogarse emocionalmente, expresar una reflexión sobre el entorno, colocar detalles, adjuntar una foto, colorear escenas...? Eso por no hablar de la belleza de los sobres y los sellos y, con algo de fortuna, también de una caligrafía armoniosa.
Nicholson Baker comenta en una de sus novelas el suspense que implicaba enviar una misiva y aguardar respuesta. Ese suspense, que en ocasiones podía estar cargado de esperanza e ilusión, es hoy inconcebible. La velocidad mata todo placer ligado a la expectación.
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