10 marzo, 2010

Pantuflas y pilones: Una lección sobre el absurdo de la vida.


A veces alguien te cuenta una anécdota tan menor que ni siquiera aspira a ser una anécdota, pero que, por alguna razón misteriosa, te queda grabada en la cabeza. Luego te va visitando de forma recurrente hasta alcanzar otra dimensión. Si eres paciente y la escuchas se acaba transformando en un momento cargado de potencial y de sentido, que demanda plasmarlo en un cuento o te susurra que contiene un mensaje oculto sobre una de las grandes verdades de la vida.


La historia es esta: un amigo se despierta en medio de la noche en una casa que desconoce en una cama ajena en compañía de una chica dormida de la que no sabe el segundo apellido ni el color de sus ojos. Tiene que ir al baño. Sus pies tantean el frío suelo y encuentran unas zapatillas, que no recuerda que estuvieran ahí al acostarse. La oscuridad le impide verlas pero, para su sorpresa, le van holgadas, se las pone y se dirige a la llamada de la Naturaleza. Una vez en el baño, descubre que las zapatillas plantean una inquietante discordancia: son de un número grande, propio de un pie masculino, pero son de un color rosa que convendremos en que sugieren que pertenecen a alguien con cromosomas XY. Por si os lo preguntáis, la chica que hemos dejado durmiendo es menuda, no un ala pívot. Como una flecha acude a su cerebro la pregunta del millón: ¿pero qué demonios hago yo aquí con esto?


Anoche, mientras regresaba andando a casa a la 1:3o de la madrugada de cenar con mi padre, me acordé una vez más de este episodio. El mismo interrogante que asoló en su día a mi amigo con unas enigmáticas pantuflas me estuvo revoloteando todo el trayecto por culpa del pilón fluorescente, destinado a la señalización de una zona cerrada al tráfico, que mi hermano tuvo la gentileza de rescatar de la calle pensando que sería un elemento decorativo "chulo" para mi hogar. Lo portaba con no poco sufrimiento envuelto con dos bolsas de El Corte Inglés anudadas a ambos extremos, por si acaso un coche de la Guardia Urbana se cruzaba en mi camino. En la otra mano llevaba una segunda bolsa con tres Copas Danone. ¿Hay o no un relato en esta experiencia? ¿No explica mejor que Camus el maravilloso absurdo de la existencia?