13 septiembre, 2006

Niños grandes y Paris mon amour


Escapada a Montpellier para una sesión doble. Como ocurre por sistema con las películas de Michel Gondry, el punto de partida es mejor que el desarrollo, sus pretextos y arranques son demasiado buenos como para permitir que la exposición y evolución de los mismos llegue a estar a la altura. Además, sin la locura controlada que aportan los guiones de Charlie Kaufman "The Science of Sleep" se convierte en una gamberrada deslavazada y onanista, una fiesta de cumpleaños autodiseñada a su entero gusto y por ello cargantemente deudora de la estética naïf de sus videoclips. Con todo, la idea motor -la capacidad de comunicarse con los otros a través de los sueños, tejiendo un espacio común abierto a cualquier posibilidad, un terreno virgen y receptivo a cualquier fantasía y a la reordenación de cuanto nos incomoda o no nos cuadra del mundo sensible, unas coordenadas osadas, a medida de lo que veta la realidad- resulta de lo más sugerente. A mi el día a día me sabe a poquísimo, estar atrapados en el bucle 24 / 7 / 365 apenas da tiempo de nada. Siempre he fantaseado con la existencia de realidades paralelas, con cruzar esa puerta mágica que me desdoblaría, dejando al AL corriente de este lado, y facilitando al clon el acceso a una existencia B, sincrónica pero no convergente, donde estar con otra gente, visitar nuevos países y experimentar con todo. A Gondry -como a Tim Burton Terry Gilliam- también hay que reconocerle una asombrosa capacidad de recuperar su yo niño, de infantilizarse feliz y creativamente, luchando contra la asfixiante imantación del comportamiento y el punto de vista adulto. El día que te dicen que una cuchara no es una espada láser o que una cama no es una barca cuesta horrores volver a visualizarles esa segunda identidad secreta. Y él lo consigue, transformando el agua en papel de plata.
La segunda sesión se consagró al film colectivo "Paris je t´aime" donde un generoso puñado de directores rueda un microrrelato de amor en un determinado barrio parisino. El nivel de las piezas es altísimo. Sensacionales las que dirigen, por ejemplo, Depardieu, los Coen, o Alexander Payne, pero debo quedarme con la incontestable obra maestra a cargo de Tom Tykwer, historia llena de energía y emoción puras protagonizada por un chico ciego y Natalie Portman, que se narra en forma de flashback que deviene un bucle en cámara rápida y con sincopada voz en off, del que van desprendiéndose poéticamente piezas para retratar un dulce, orgásmico y misterioso proceso de enamoramiento, que podría condensarse en gritos con sentido y sin sentido. Piel de gallina.