Si fuera un cineasta francés bordaría la filmación de esa característica reunión familiar el día de Navidad frente a una mesa bien surtida, pero en clave de comedia, nada de catarsis tremebundas en las que los hijos echan en cara al padre haber sido siempre un tirano o un hermano degüella verbalmente al otro por haberle traumatizado al ser el ojito derecho de mamá. A mí me bastaría reproducir el momento de bochorno que atravieso cada 25 de diciembre cuando una de mis cuatro primas, envalentonadas por la circulación de bebidas de alta graduación, cumple con la tradición de recordarnos a todos los reunidos uno de los dos lamentables episodios (en el peor de los casos ambos, para que luego digan que no es preciosa la Navidad ) de mi infancia que, pese a su consabida repetición y desgaste, no pierden capacidad de provocar la hilaridad general y sonrosar mis pómulos mientras miro al suelo en busca de una trampilla que, como a Coraline, me conduzca a un mundo paralelo con otros parientes, aunque tengan botones por ojos. El episodio número 1 se resume en mi cándida ingenuidad al creer que el botón rojo del salpicadero del 600 de mi tía permitía que el vehículo volara por los aires -siempre juro que ni por asomo daba crédito a semejante majadería, pero entre nosotros, dudaba más de lo que estoy dispuesto a admitir en público. El episodio número 2 es la réplica del guante blanco de lentejuelas de Michael Jackson que le encargué a mi abuela, un as de hacer punto, confeccionadora oficial de jerséis que picaban como un demonio y que los primos nos íbamos pasando forzosamente, -temerosos en secreto de confundir al Rey Mago en la foto del día de entrega de la carta en El Corte Inglés, si bien por por suerte nunca recibí una Barbie en vez de una pelota. Mi guante tuneado era de lana con bolitas verdes y azules. Se lo agradecí efusivamente a mi adorable abuela, pero en mi fuero interno vi que aquello no había por dónde ponérselo, mi sentido del ridículo tenía un límite, de forma que lo guardé en un cajón.
26 junio, 2009
Mi guante de Michael Jackson
Publicado por Lozzy en 12:21 |
05 junio, 2009
Buscando un reno a medianoche
A Helsinki sólo le pedía dos cosas: que me justificara la fama de la sauna finlandesa y que me permitiera emitir un veredicto acerca de la carne de reno. Lo primero fue sencillo. Compartí cubículo abrasador, con gradas de madera y caldera que hace tres siglos que pasó la última inspección, con una docena de cuerpos masculinos sudorosos. Eso sí, apenas aguanté cinco minutos esta hermandad nudista de la gota gorda, allá adentro habían tomado prestado el termostato del infierno Lo mejor fue salir a la calle descalzo y con la toalla a la cintura a disfrutar de la última luz del día, mientras los transeúntes cruzaban con jersey de cuello alto.
Publicado por Lozzy en 12:51 |